Por Marta Yazmín García Nieves
“Caen las palabras, se derraman las abstracciones, se reduce la presión atmosférica, vamos cayendo en trance…”. De esa manera, Cadáver de Bailarina, primera publicación de la escritora Rosalina Martínez González, hilvana una experiencia estética repleta de vitalismo y sensibilidad frente a la cual, el lector(a)/espectador(a) redefine las metáforas de la muerte. No es esta, sin embargo, una intencionalidad explícita o adrede por parte de la autora, y así lo confirman las líneas que el poemario exhibe como prólogo, cita de la visión iconoclasta de Oliverio Girondo, donde se anuncia que estamos delante de un libro de poemas apartado de estructuras establecidas. Esta apertura y autonomía exaltadas, podrían sugerir la presencia de una poeta madura desde todas las dimensiones que puede abarcar ese adjetivo. Sin embargo, opuesto a la idea de que en el mundo de las letras –como en el de la muerte– los años enaltecen la figura de un autor, Martínez González ejemplifica en su artificio la calidad y el poderío que puede habitar en la nueva –joven– promoción de poetas.
Cadáver
de bailarina configura un
diálogo entre la voz poética y el discurso de la muerte como expresión
artística y conciencia(ción) de la sensibilidad. Los contrastes son así los elementos más distintivos
de esta puesta en escena en donde una bailarina llena de vitalidad a quien Mozart
envuelve “las piernas, los brazos, y […] dispara al aire y […] hacía sentir
grande y […] hacía sentir suya en cada movimiento” es a su vez “vomito de
cenizas conservadas, colección de huesos dos o tres épocas antes que la nada,
vísceras revueltas, carne putrefacta, cuencas vacías, trozos de alma”. Las cinco estaciones del recital: El ballet eclipsado, Semidesnudos y retazos de atardecidos, Delirios y fantasías de un bardo, El bestiario de New Orleans y La metamorfosis del caminante, recrean
este insólito perfil anfibio de luz y oscuridad que insta a la búsqueda multidimensional
de “luminosidad y belleza vedada”.
El ballet eclipsado, inicia la obra y despliega las imágenes que se
transforman a lo largo de todo el poemario: espectros, cementerios,
hemorragias, sarcófagos; por mencionar algunas de las múltiples iconografías
arquetípicas presentadas que se entrelazan a su vez, con caracterizaciones y escenarios
inusitados: zapatillas ensangrentadas al compas de un
trasfondo musical clásico y escenarios luminiscentes en donde se idealiza el
silencio. El poema Frágil denota esa plasticidad/fluidez/apertura que revela además el
espesor filosófico de la obra. Puede
apreciarse así el matiz existencialista de algunos versos que rememoran por ejemplo
a la poetisa Alejandra Pizarnik y su lóbrega imagen que compara la vida con una
“fila para morir”: “Esta galería
fantasma/ de trazos imperfectos/ tiene una dosis de veneno/ para quien desee
morir;/unas gotas de sangre/ para quien sobrevive entre espinas,/ clavos y
navajas/en esta maquinaria acelerada de la muerte.” Múltiples contrastes:
muerte/eternidad, níveo/sangriento, luz/oscuridad, cansancio/energía,
esencia/nada, libertad/esclavitud,
confluyen como un todo de expresión artística en donde las piezas que no
encajan sugieren transformación y creatividad:
“corto rosas sangrantes/ para adornar una ventana/ con vista al vacío”.
Semidesnudos y retazos de atardecidos, invoca –como anuncia la voz
poética en la primera parte cuando dice: “trago esencia de oscuridad”– perfiles
ensombrecidos por la luz del canon literario,
por la prosa como estilo de vida, por el diario morir enajenante y mecánico: los poetas, los sensibles, los humanos, los
semidesnudos, los suicidas; todos, congregados bajo el apelativo de “atardecidos”,
despliegan en esta segunda y apoteósica estación del espectáculo, las amplias
posibilidades del surrealismo. El tono
desafiante con el que esta estética desdibuja los lindes entre la realidad y el
sueño, discurre por ejemplo entre los versos de “Sueño I” donde se aprecia la
intención de descubrir y apropiarse de escenarios inusitados, proscritos,
exclusivos e impenetrables, pues: “cuanto
más tarde/ y lejano/ y oculto/ y oscuro/ igualmente eres/ el sepulcro más
deseado…/ y me muero por profanarte.” El desafío revela el carácter cosmopolita
del texto, pues, “en Pointe du Lac, o en París, o en Egipto” la voz poética
rastrea, encuentra y habita los espacios ilimitados que ofrecen las metáforas
de la muerte, como un “vómito que provoca la noche, hasta que coagule el
verbo”.
Esa palabra coagulada continúa
su trayecto por los resquicios del Cadáver
de bailarina, un artificio desmembrado en múltiples alusiones textuales y
técnicas que dialogan con el gusto posmoderno. Así, como un film, una compilación literaria o
una fotografía (collage), los Delirios y fantasías de un bardo se unen
a la secuencia de imágenes funestas que proyectaron en escena a Beethoven y a
Mozart en las primeras partes del poemario, para invocar también la textualidad
de Hamlet, de Ofelia, de Calisto y Melibea, en un solo y unísono encuentro
donde “no hacen falta/ ni cámaras, ni telescopios/ para improvisarte un
sentimiento/ en este teatro no compartido”.
La colisión de personajes,
sentimientos, desencuentros, nacimientos, muertes y resucitaciones bien podrían constituir un
bestiario que desestabiliza las creencias tradicionales sobre el bien y el mal –como
fue el propósito de este artificio durante la Edad Media. Sin embargo, se trata de una versión
disociada de adoctrinamientos en donde solo tienen cabida la expresión
artística y la pasión. El Bestiario de New Orleans es
precisamente el título de la penúltima parte del libro donde la voz poética
expresa “todo ello esta aquí/ conmigo y contra el mármol”. Contrario a lo que podría sugerir, el
mausoleo estético y temático que representa el poemario reafirma la
predominancia de la energía vital como centro mismo de la obra en el que
gravita, como un espectro inefable, el cadáver de una bailarina o bien, la
celebración de un arte nuevo, como sugiere el poema Resucitación: “de las
delicadas cenizas;/eran los pétalos que derramaste,/ funeral de quien no estaba
muerto/ cadáver que los cocodrilos no devoraron”. De ese modo, como una sobreviviente, como un
ente disociado del entorno que la estereotipa, la bailarina/el cadáver se
autoproclama: “Princesa de las sombras/
tersa y pálida como Pointe du Lac/ lujosa y radiante como Rue Royale”.
La metamorfosis del caminante cierra el telón de esta fascinante y paradójica
puesta en escena de la vitalidad. Así, el
primer poema de esta parte, Un alarido de
sirena solitaria, reafirma la nostalgia de la sensibilidad que constituye
el poemario. El precio de esta
conciencia se traduce en el sentimiento de soledad. No obstante, la voz poética
fantasea con optimismo: “Abres los ojos/
pero dentro del mar/ solo hay tinieblas/ aun así te lanzas/ (a contra corriente
o con ella)/ a buscar/ luminosidad y belleza vedada.”
El libro culmina como
una exhortación macabra. Sin embargo,
resulta interesante apreciar cómo, afianzado en el carácter multidimensional y
abierto que se vaticinó desde el prólogo, los versos que describen el perfil de
una bailarina muerta “tan bella como quieras verme, / tan sensual como imagines/
no harán falta unas piernas/ para llevarte a la deriva/ (a ti y a tu barco),/
para hundirte en mis pesadillas/ más macabras” reafirman que la vida o la
muerte resultan de la sensibilidad o la inconciencia, respectivamente, y se
presentan en el escenario de cada cual como una clara ratificación del libre
albedrio. De ese modo, al final del poemario, que puede
también interpretarse como el comienzo, sugestivamente y con el atractivo
paradójico y oscuro que acompañan las imágenes del más allá, una ecléctica y
concienciadora propuesta poética pide entrar al escenario, vivir, sensibilizar
y expresarse en plena “Melodía a mediodía”:
preguntando: “¿Quieres que te
cante?”…Marta Yazmín García Nieves es especialista en dramaturgia puertorriqueña. Fue periodista en la oficina de prensa del Recinto Universitario de Mayagüez y la organizadora del Simposio de Nueva Literatura Puertorriqueña en 2010. Es colaboradora de Ediciones SM y ejerce como profesora de español en la Universidad de Puerto Rico en Ponce. Su género favorito es la poesía.
©2012 Marta Yazmín García Nieves
Foto cedida por la autora
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