viernes, 23 de noviembre de 2012

Cadáver de bailarina, o la vida puesta en escena


Por Marta Yazmín García Nieves












        “Caen las palabras, se derraman las abstracciones, se reduce la presión atmosférica, vamos cayendo en trance…”.  De esa manera, Cadáver de Bailarina, primera publicación de la escritora Rosalina Martínez González, hilvana una experiencia estética repleta de vitalismo y sensibilidad frente a la cual,  el lector(a)/espectador(a) redefine las metáforas de la muerte.  No es esta, sin embargo, una intencionalidad explícita o adrede por parte de la autora, y así lo confirman las líneas que el poemario exhibe como prólogo, cita de la visión iconoclasta de Oliverio Girondo, donde se anuncia que estamos delante de un libro de poemas apartado de estructuras establecidas.  Esta apertura y autonomía exaltadas, podrían sugerir la presencia de una poeta madura desde todas las dimensiones que puede abarcar ese adjetivo.  Sin embargo, opuesto a la idea de que en el mundo de las letras –como en el de la muerte– los años enaltecen la figura de un autor, Martínez González ejemplifica en su artificio la calidad y el poderío que puede habitar en la nueva –joven–  promoción de poetas. 

Cadáver de bailarina configura un diálogo entre la voz poética y el discurso de la muerte como expresión artística y conciencia(ción) de la sensibilidad.  Los contrastes son así los elementos más distintivos de esta puesta en escena en donde una bailarina llena de vitalidad a quien Mozart envuelve “las piernas, los brazos, y […] dispara al aire y […] hacía sentir grande y […] hacía sentir suya en cada movimiento” es a su vez “vomito de cenizas conservadas, colección de huesos dos o tres épocas antes que la nada, vísceras revueltas, carne putrefacta, cuencas vacías, trozos de alma”.  Las cinco estaciones del recital: El ballet eclipsado, Semidesnudos y retazos de atardecidos, Delirios y fantasías de un bardo, El bestiario de New Orleans y La metamorfosis del caminante, recrean este insólito perfil anfibio de luz y oscuridad que insta a la búsqueda multidimensional de “luminosidad y belleza vedada”. 

            El ballet eclipsado, inicia la obra y despliega las imágenes que se transforman a lo largo de todo el poemario: espectros, cementerios, hemorragias, sarcófagos; por mencionar algunas de las múltiples iconografías arquetípicas presentadas que se entrelazan a su vez, con caracterizaciones y escenarios inusitados:   zapatillas ensangrentadas al compas de un trasfondo musical clásico y escenarios luminiscentes en donde se idealiza el silencio.  El poema Frágil denota esa plasticidad/fluidez/apertura que revela además el espesor filosófico de la obra.  Puede apreciarse así el matiz existencialista de algunos versos que rememoran por ejemplo a la poetisa Alejandra Pizarnik y su lóbrega imagen que compara la vida con una “fila para morir”:  “Esta galería fantasma/ de trazos imperfectos/ tiene una dosis de veneno/ para quien desee morir;/unas gotas de sangre/ para quien sobrevive entre espinas,/ clavos y navajas/en esta maquinaria acelerada de la muerte.” Múltiples contrastes: muerte/eternidad, níveo/sangriento, luz/oscuridad, cansancio/energía, esencia/nada,  libertad/esclavitud, confluyen como un todo de expresión artística en donde las piezas que no encajan sugieren transformación y creatividad:  “corto rosas sangrantes/ para adornar una ventana/ con vista al vacío”.

            Semidesnudos y retazos de atardecidos, invoca –como anuncia la voz poética en la primera parte cuando dice: “trago esencia de oscuridad”– perfiles ensombrecidos por la luz del canon literario,  por la prosa como estilo de vida, por el diario morir enajenante y mecánico:  los poetas, los sensibles, los humanos, los semidesnudos, los suicidas; todos, congregados bajo el apelativo de “atardecidos”, despliegan en esta segunda y apoteósica estación del espectáculo, las amplias posibilidades del surrealismo.  El tono desafiante con el que esta estética desdibuja los lindes entre la realidad y el sueño, discurre por ejemplo entre los versos de “Sueño I” donde se aprecia la intención de descubrir y apropiarse de escenarios inusitados, proscritos, exclusivos e impenetrables, pues:  “cuanto más tarde/ y lejano/ y oculto/ y oscuro/ igualmente eres/ el sepulcro más deseado…/ y me muero por profanarte.” El desafío revela el carácter cosmopolita del texto, pues, “en Pointe du Lac, o en París, o en Egipto” la voz poética rastrea, encuentra y habita los espacios ilimitados que ofrecen las metáforas de la muerte, como un “vómito que provoca la noche, hasta que coagule el verbo”.

            Esa palabra coagulada continúa su trayecto por los resquicios del Cadáver de bailarina, un artificio desmembrado en múltiples alusiones textuales y técnicas que dialogan con el gusto posmoderno.  Así, como un film, una compilación literaria o una fotografía (collage), los Delirios y fantasías de un bardo se unen a la secuencia de imágenes funestas que proyectaron en escena a Beethoven y a Mozart en las primeras partes del poemario, para invocar también la textualidad de Hamlet, de Ofelia, de Calisto y Melibea, en un solo y unísono encuentro donde “no hacen falta/ ni cámaras, ni telescopios/ para improvisarte un sentimiento/ en este teatro no compartido”.

            La colisión de personajes, sentimientos, desencuentros, nacimientos, muertes  y resucitaciones bien podrían constituir un bestiario que desestabiliza las creencias tradicionales sobre el bien y el mal –como fue el propósito de este artificio durante la Edad Media.  Sin embargo, se trata de una versión disociada de adoctrinamientos en donde solo tienen cabida la expresión artística y la pasión.  El Bestiario de New Orleans es precisamente el título de la penúltima parte del libro donde la voz poética expresa “todo ello esta aquí/ conmigo y contra el mármol”.  Contrario a lo que podría sugerir, el mausoleo estético y temático que representa el poemario reafirma la predominancia de la energía vital como centro mismo de la obra en el que gravita, como un espectro inefable, el cadáver de una bailarina o bien, la celebración de un arte nuevo, como sugiere el poema Resucitación:  “de las delicadas cenizas;/eran los pétalos que derramaste,/ funeral de quien no estaba muerto/ cadáver que los cocodrilos no devoraron”.  De ese modo, como una sobreviviente, como un ente disociado del entorno que la estereotipa, la bailarina/el cadáver se autoproclama:  “Princesa de las sombras/ tersa y pálida como Pointe du Lac/ lujosa y radiante como Rue Royale”.

            La metamorfosis del caminante cierra el telón de esta fascinante y paradójica puesta en escena de la vitalidad.  Así, el primer poema de esta parte, Un alarido de sirena solitaria, reafirma la nostalgia de la sensibilidad que constituye el poemario.  El precio de esta conciencia se traduce en el sentimiento de soledad. No obstante, la voz poética fantasea con optimismo:  “Abres los ojos/ pero dentro del mar/ solo hay tinieblas/ aun así te lanzas/ (a contra corriente o con ella)/ a buscar/ luminosidad y belleza vedada.”
 
          El libro culmina como una exhortación macabra.  Sin embargo, resulta interesante apreciar cómo, afianzado en el carácter multidimensional y abierto que se vaticinó desde el prólogo, los versos que describen el perfil de una bailarina muerta “tan bella como quieras verme, / tan sensual como imagines/ no harán falta unas piernas/ para llevarte a la deriva/ (a ti y a tu barco),/ para hundirte en mis pesadillas/ más macabras” reafirman que la vida o la muerte resultan de la sensibilidad o la inconciencia, respectivamente, y se presentan en el escenario de cada cual como una clara ratificación del libre albedrio.   De ese modo, al final del poemario, que puede también interpretarse como el comienzo, sugestivamente y con el atractivo paradójico y oscuro que acompañan las imágenes del más allá, una ecléctica y concienciadora propuesta poética pide entrar al escenario, vivir, sensibilizar y expresarse en plena “Melodía a mediodía”:  preguntando:  “¿Quieres que te cante?”…



Marta Yazmín García Nieves es especialista en dramaturgia puertorriqueña. Fue periodista en la oficina de prensa del Recinto Universitario de Mayagüez y la organizadora del Simposio de Nueva Literatura Puertorriqueña en 2010. Es colaboradora de Ediciones SM y ejerce como profesora de español en la Universidad de Puerto Rico en Ponce. Su género favorito es la poesía.


©2012 Marta Yazmín García Nieves

Foto cedida por la autora


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