Gimnasia mañanera diaria. Travesías atadas al mástil del barco (por expreso deseo). Grandes jarras de cerveza. Coca y morfina regular (con receta médica). Rebelde, maniática y solitaria. Un ancla tatuada a su hombro. No, no es la descripción alguna poeta decadentista y libertina del siglo 19. Se trata de Isabel de Baviera, Emperatriz de Austria-Hungría. Ésta fue Sissi, que entre otras cosas (¿inapropiadas para una princesa?), también se dedicaba a la escritura de poemas:
Cuatro esqueletos
“¿No es hora ya de volver?”,
me pregunta el timonel.
“El día ya se está acabando,
y la marea ya sube.”
Los otros dos ya tienen hambre,
hace mucho que zarpamos;
están tristes, cabizbajos,
con sus chaquetas azules.
“¡No, yo quiero navegar,
seguir hasta el fin del mundo!”
aunque se llegue a soltar
nuestra carne de los huesos.
Que pasen días y días,
que pasen semanas y meses,
hasta que ya sólo queden
a bordo cuatro esqueletos.
Sin velas y sin timón,
navegan los esqueletos:
“Esa nave está encantada.”
Nadie se atreve a subir.
En las noches de verano
se ve a la luz de la luna
brillar los cuatro esqueletos
cual si fueran de marfil.
Cuando ruge la tormenta
y de gris se tiñe el cielo,
cuando las olas se agitan,
castañean sus huesos.
Pero siguen navegando.
siguen hasta el fin del mundo;
sólo en paz descansarán
cuando puedan divisarlo.
Pero nunca llegarán,
puesto que el mundo es redondo;
y esas blancas osamentas
jamás hallarán descanso.
Canciones de Invierno, Isabel de Austria-Hungría (Sissi)
Traducción de Joan Parra y Ángeles Caso, 1997
Imagen: Nika Danielska
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