martes, 16 de agosto de 2016

El fuego de Emily Brönte: dos poemas

"No quiero escribir nada en lo que no crea. Creo en la ferocidad y en los fantasmas y en la compasión. Y de eso escribo."

Voz de Emily Brönte en la biografía novelada Todo ese fuego, de Angeles Caso

Poemas de Emily Brönte


Yo no vivo condenada año tras año a la desolación
ni al desespero, hazlo saber a mis tiranos.

Cada noche llega el enviado de la Esperanza
y, a cambio de esta breve vida, me ofrece la eterna libertad

Llega con los vientos del Oeste y los aires errantes de la tarde
con este claro polvo de cielo que trae las más grandes estrellas;
los vientos se vuelven pensativos y las estrellas arden tiernamente
y se alzan entonces las visiones, matándome de deseo.

Deseo de algo desconocido en mis años jóvenes
cuando la Alegría enloqueció de terror al vislumbrar lágrimas futuras,
y el cielo de mi espíritu se llenó de cálidos destellos
sin lograr saber si venían del sol o de la tempestad.

Pero antes, quietud total, silenciosa calma desciende sobre mi.
Termina el sufrimiento tenaz, la feroz impaciencia.
Una música muda conforta mi pecho, indecible de armonía
que solo perdida ya la Tierra cabría imaginar.

Amanece lo Invisible. Lo Oculto revela su verdad.
Mis sentidos se alejan, y despierta mi esencia más profunda.
Libres son sus alas, llegada al fin a casa, alcanzado el puerto.
Calibra la bahía, e inicia el último envite.

Oh, qué espantoso momento, qué intensa la agonía
cuando el oído vuelve a oir y los ojos a ver,
y el pulso late, y la mente piensa,
y el alma siente la carne y la carne sus cadenas.

Pero no quiero, no, una tortura menor.
Más me tormenta esa angustia, mayor placer me otorga.

Divina es la visión, heraldo acaso de la muerte,
cubierta de infernal lago o de resplandor celeste.





¡Háblame del Norte! Un páramo solitario,
silencioso y oscuro, infinito se extiende,
y las aguas de un arroyo silvestre fluyen
rápidas a través de los frondosos bosquecillos.

Profundamente calmo el aire del crepúsculo,
inerte el paisaje; así reposamos,
hasta que, como un fantasma silencioso,
un ciervo se agacha para beber de la corriente.

Y a lo lejos la montaña, el frío,
blanco yermo de nieve acumulada,
y una estrella, grande y suave y sola,
iluminando en silencio el cielo desnudo.


Traducción de Ángeles Caso

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