Ofelia a Hamlet
Hamlet,
ceñido en su cinto,
con su nimbo
de aplomo y ciencia,
pálido hasta
el último átomo…
(¿en la
edición de mil cuántos?)
¡No le
turbéis con vuestra insolente ligereza!
(¡Cantera
juvenil de los trasteros!)
Como una
pesada crónica,
¡ya os
dejastéis caer sobre este pecho!
¡Virgen
misógino! ¡Prendado
de una necia
visión!...¿Habéis pensado
alguna vez
qué se arranca
de las
platabandas de la locura?...
¿Rosas?...Pero
si es―chsss…―¡el
futuro!
Ya podéis
arrancar:¡crecerán otras! ¿Siquiera
una vez han
traicionado las rosas? ¿Alguna
vez, a los
amantes,? ¿los descuidaron?
Tras lo
cual (vuestro perfume exhalado), os hundís…
―¡Nada ha
ocurrido!-Pero os refrescaremos la memoria
cuando,
junto a la crónica del río,
Hamlet se
yerga, en su cinto ceñido…
Ofelia en defensa de la reina
¡Príncipe
Hamlet! Deja de alborotar
la
gusanera…¡fíjate en las rosas!
Piensa en
la que―al menos por una hora―
Cuenta sus
últimos días.
¡Príncipe
Hamlet! Deja de calumniar
las
entrañas de la reina…Vírgenes
no han de
juzgar la pasión. Fedra es más culpable:
no han
dejado de cantarla.
¡Y no
dejarán!―Y vos con esa mezcla
de cal viva
y cenizas, maldiciendo los huesos…
¡Habráse
visto, príncipe! No es asunto vuestro
juzgar la
sangre inflamada.
Pero si…
entonces, ¡cuidado!...A través de la losa
―allá
arriba―en el dormitorio―¡y a placer!―
a defender
a mi reina me levantaré,
yo, vuestra
inmortal pasión.
Marina Tsvietáieva vivió en la Rusia de entreguerras de comiezos de siglo XX. En su creación lo cuenta todo, aunque sus diarios también sobrevivieron.
Fotografía de Slevin Aaron
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