Si tan solo yacieras fría y muerta,
la luz palideciendo en el oeste,
vendrías inclinando la cabeza,
y yo pondría la mía en tu pecho;
tú me susurrarías cosas tiernas,
perdonándome, porque estabas muerta;
no te alzarías, yéndote de prisa,
libre como los pájaros salvajes;
tu pelo envolvería, recogido,
la luna, el sol y las estrellas.
Quisiera, amada mía, que yacieras
bajo las hojas de acedera sobre el suelo
mientras una a una las estrellas palidecen.
de El viento entre los juncos
William Butler Yeats
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